The power of “pulling up a chair” is the most important thing I’ve learned about being a hospital chaplain. When I pull up a chair at a patient’s bedside, I send a signal that I care enough about them to sit with them, look them in the eye, hear their story, hold their hand, and minister to their spiritual and emotional needs. There is no timetable when I pull up a chair.
In the last 38 years, I’ve been a youth pastor, dormitory dean, academy Bible teacher, choir director, academy chaplain, college chaplain, university religion teacher, K-12 principal, and senior pastor. I thought I had a good grasp on all facets of what it means to be an employee for a faith-based institution. Then I became a hospital chaplain.
I had visited lots of people in the hospital. Isn’t chaplaincy just visiting people in the hospital? What does it mean to minister to patients as a hospital chaplain? Here are a few revelations I’ve had since responding to this new calling.
Each patient room is a unique experience.
As a pastor, when I visited church members in the hospital, I had some frame of reference for who they were—common ground to help me relate to their situation. As a chaplain, when I walk into a patient room, all I know is what is on their chart: physical malady, religious background, age, gender. That’s about it. Most of the time I don’t share a similar religious background with my patients. I don’t know their family or their story or their fears. I don’t know if they want to live or die. All I know is they are a child of God who is lying in a bed because something has gone wrong with their body.
Leave expectations at the door.
When I bring an agenda into a patient’s room, I don’t see the patient as they need to be seen. If I steer a conversation to a place that makes me comfortable, a patient may wonder if I’ve truly seen or heard them.
I’m not the fix-it guy.
I tend to want to fix problems. When something goes wrong with my car, I fix it. When there’s something wrong in my house, I fix it. You have a problem? I’ve got a solution. It isn’t helpful for a patient when the chaplain thinks they can fix or provide solutions to a patient’s problems. Trite solutions, happy catchphrases, and religious platitudes do little to help a suffering soul.
Dwelling together in suffering is living God’s love.
When a patient shares their story, they often share deeply rooted mental or spiritual pain. My nature is to steer clear of or fix human suffering. However, when I dwell with patients in dark spaces and allow my suffering to coexist with theirs, healing, understanding, and self-compassion can show up in unexpected ways.
When we walk through the valley of the shadow of death, God is with us. To dwell with another in the valley of the shadow of death is to be like Jesus.
Pull up a chair.
I’m tall—6'6" from floor to crown. Early in my chaplaincy journey, I noticed patients would crane their necks to look at me as we talked. I began pulling up a chair next to their bed so we could see eye to eye. I’ve discovered pulling up a chair sends an unexpected sacred message.
All day patients lie in bed as doctors, nurses, CNAs, and therapists move in and out of their rooms tending to physical needs. Clinical providers do their jobs with kindness but nearly always in brevity. As a chaplain, I’m the only member of the care team who isn’t there to do a task—I’m not there to measure anything, adjust medication, or dress a wound. I’m there to hold space for a soul. So, I pull up a chair.
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By Mark Witas, Mission and Spiritual Care Leader for Adventist Health Glendale
Acerque una silla
El poder «acercar una silla» es lo más importante que he aprendido sobre ser capellán de hospital. Cuando acerco una silla al lado de la cama de un paciente, envío una señal de que me preocupo lo suficiente como para sentarme a su lado, mirarle a los ojos, escuchar su historia, tomarle de la mano y atender a sus necesidades espirituales y emocionales. No hay horario cuando acerco una silla.
En los últimos 38 años, he sido pastor de jóvenes, preceptor, maestro de Biblia de academia, director de coro, capellán de academia, capellán de universidad, maestro de religión de universidad, director de K-12 y pastor. Pensé que tenía una buena comprensión de todas las facetas de lo que significa ser un empleado de una institución religiosa. Me convertí después en capellán de hospital.
Había visitado a muchas personas en el hospital. ¿La capellanía no es solo visitar a las personas en el hospital? ¿Qué significa ministrar a los pacientes como capellán de hospital? Estas son algunas revelaciones que he tenido desde que respondí a ese nuevo llamado.
Cada habitación de un paciente es una experiencia especial
Como pastor, cuando visitaba a los miembros de iglesia en el hospital, tenía un marco de referencia por saber quiénes eran, un terreno común que me ayudaba a relacionarme con su situación. Como capellán, cuando entro en la habitación de un paciente, todo lo que sé es lo que está en su historial: enfermedad física, antecedentes religiosos, edad, sexo. Eso es todo. La mayoría de las veces no comparto un trasfondo religioso similar con los pacientes. No conozco a su familia, ni su historia, ni sus temores. No sé si quieren vivir o morir. Todo lo que sé es que son hijos de Dios que están en cama porque algo está mal en su cuerpo.
Dejar las expectativas afuera
Cuando llevo una agenda a la habitación de un paciente, no veo al paciente como necesita ser visto. Si dirijo una conversación a un lugar que me haga sentir cómodo, el paciente puede preguntarse si realmente lo he visto o escuchado.
Soy dado a arreglar las cosas
Tiendo a querer arreglar los problemas. Cuando algo sale mal con mi coche, lo arreglo. Cuando hay algo mal en mi casa, lo arreglo. ¿Tienes algún problema? Tengo una solución. No es útil para un paciente cuando el capellán piensa que puede arreglar o proporcionar soluciones a sus problemas. Las soluciones trilladas, los eslóganes felices y los tópicos religiosos hacen poco para ayudar a un alma que sufre.
Vivir juntos en el sufrimiento es vivir el amor de Dios
Cuando un paciente comparte su historia, a menudo comparte un dolor mental o espiritual profundamente arraigado. Mi naturaleza es mantenerme alejado del sufrimiento humano o arreglarlo. Sin embargo, cuando vivo con pacientes en espacios oscuros y permito que mi sufrimiento coexista con el de ellos, la curación, la comprensión y la autocompasión pueden aparecer de maneras inesperadas.
Cuando caminamos por el valle de sombra de muerte, Dios está con nosotros. Habitar con otro en el valle de sombra de muerte es ser como Jesús.
Acercar una silla
Soy alto, 6’6” de los pies a la coronilla. Al principio de mi viaje de capellanía, noté que los pacientes estiraban el cuello para mirarme mientras hablábamos. Comencé a acercar una silla al lado de su cama para que pudiéramos vernos cara a cara. He descubierto que sentarse en una silla envía un mensaje sagrado inesperado.
Durante todo el día, los pacientes permanecen en cama mientras los médicos, enfermeras, auxiliares de enfermería y terapeutas entran y salen de sus habitaciones atendiendo sus necesidades físicas. Los proveedores clínicos hacen su trabajo con amabilidad, pero casi siempre con brevedad. Como capellán, soy el único miembro del equipo de atención médica que no está ahí para hacer una tarea, no estoy presente para medir nada, ajustar la medicación o vendar una herida. Estoy ahí para estar en contacto con una alma. Es entonces que acerco una silla.
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Por Mark Witas, es Líder de Misión y Atención Espiritual de Adventist Health Glendale